¿Las feministas pueden hablar?

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traducción : Laura Huertas Millán en colaboración con Lucía Huertas Millán, Juana Suárez, Claudia Arteaga, Alba Colomo, Isabelle Mornat y Sophie de Hijes.

Preocupad*s por la deslegitimación de la lucha contra el acoso sexual, más de 200 feministas responden a la tribuna de opinión publicada en el periódico Le Monde para defender “la libertad de importunar”. “Mientras que en los Estados Unidos mujeres poderosas provenientes de las industrias culturales, la investigación académica y las nuevas tecnologías ponen sus privilegios al servicio de las mujeres en situación más precaria […] un centenar de sus homólogas francesas deciden oponerse  a la justicia social”.

El 9 de enero del 2018, Oprah Winfrey afirmó durante la ceremonia de los Golden Globes en Estados Unidos : “todos y todas [hemos vivido] en una cultura fracturada por hombres brutalmente poderosos… (…) Pero esos tiempos se han terminado. ¡Esto se acabó!”. Mientras tanto, en Francia, una tribuna publicada en Le Monde escrita por mujeres en su mayoría blancas y burguesas (y que de paso, no emplean el lenguaje inclusivo) viene a socorrer a estos hombres en el poder, reivindicando el “derecho de importunar” a las mujeres. Según ellas “Los accidentes vividos por el cuerpo de una mujer no comprometen necesariamente su dignidad” y “la violación es un crimen. “Pero…” ¿Pero qué? “…el coqueteo insistente o torpe no es un delito, y la galantería no es una agresión machista”.

Que nosotr*s sepamos, Harvey Weinstein no es un hombre torpe y tímido, algo pasmado, incapaz de expresar sus sentimientos. No es un hombre reducido a un estado de gran vulnerabilidad frente a las mujeres, cuyo deseo se habría expresado a través de ciertos intentos malogrados.  Pero pareciera que las relaciones de poder, así como los contextos políticos, históricos y económicos que las producen no les interesan a las poseedoras de la “libertad de importunar”, quienes hacen uso de su experiencia personal como excusa irrefutable.

Ahora bien, bajo pretexto de alertar sobre la confusión entre acoso, violación y seducción, su texto, de hecho, produce directamente dicha confusión. Este procedimiento ya había sido utilizado durante el caso Dominique Strauss Kahn para denunciar los efectos de un supuesto puritanismo creciente, el cual estaría buscando abolir un “grato comercio entre los sexos”. Tal preocupación resultaba como mínimo perturbadora en el contexto de una acusación de violencia sexual. Es aún más alarmante hoy en día ya que contribuye a descalificar la voz de millones de mujeres de todos los orígenes sociales que han decidido hablar, tras un silencio demasiado largo, compartiendo sus experiencias con las herramientas a su alcance: las redes sociales. De esta manera, presentándose como un presunto llamado a la prudencia y a la liberación moral, esta tribuna sólo contribuye a una cosa: a reafirmar el poder de los que dominan a través de un llamado al orden conservador.

De manera similar, invocar el fantasma de la censura en el momento en el cual lo que se había callado hasta ahora se enuncia y se vuelve explícito, se convierte en una estrategia de inversión de la violencia: las víctimas serían entonces, según las 100 firmantes de la tribuna, los verdugos.

¿Será que las firmantes de la tribuna de Le Monde sí han leído lo que califican de campaña de “delación”? ¿O, sin ningún temor a caer en excesos, de “ola de purificación”? ¿Será que han hecho el esfuerzo de escuchar lo que estas mujeres han vivido? En los testimonios aparecidos en Estados Unidos, en Francia y en el resto del mundo como consecuencia del caso Weinstein, se habla de violencia, de miedo, de pavor y de vergüenza. En todas partes, estas mujeres afirman no estar confundiendo las relaciones sexuales consentidas y la seducción con los actos e insultos de los que han sido objeto.

¿Qué campo produce entonces confusión? Sin duda alguna, esta confusión  se encuentra más presente entre aquellas que creen ver en el acoso una estandarización de la “coquetería pesada”. Tal contrasentido no puede ser atribuido a simple ignorancia o incluso al simple desconocimiento de tales situaciones. Hay aquí una voluntad política deliberada: negar la permanencia de la violencia sexual y de género, sobre todo cuando es cometida por hombres de poder y se perpetúa en los círculos más privilegiados.

Descalificar la legitimidad de las luchas contra el acoso sexual bajo pretexto de querer salvar el placer de un cierto pacto existente entre los sexos à la française, o típicamente francés, es salvaguardar de hecho la comodidad de un sistema que protege las posiciones de poder entre los sexos. En este sistema, la voz de las mujeres de la tribuna de Le Monde es socialmente audible y  está aceptada en los medios de comunicación. Mientras que en Estados Unidos mujeres poderosas provenientes de las industrias culturales, la investigación académica y las nuevas tecnologías ponen sus privilegios al servicio de las mujeres en situaciones más precarias (trabajadoras pobres, mujeres racializadas, mujeres en situación de minusvalía) lanzando la campaña Time´s up, un centenar de sus homólogas francesas han decidido oponerse a la justicia social.

La excepción cultural francesa no es sino un pretexto que permite reciclar la acusación de “puritanismo”, un gran clásico del anti-feminismo francés, cuyos lugares comunes figuran todos en el texto de la tribuna. Como afirmar por ejemplo que el feminismo es un invento estadounidense y que, como tal, compartiría uno de los principales defectos de dicha sociedad: su puritanismo y su mojigatería. Como si fueran las madres de la virtud, las feministas estarían entonces contra los hombres y contra la libertad sexual. Pero ¿cuál es la libertad sexual de la que aquí se habla? O más bien, ¿en beneficio de quién? ¿Quién goza en realidad de la imperiosidad del deseo masculino? ¿En dónde se expresan y se desarrollan el deseo y el placer de las mujeres? ¿A quién se dirigen siempre las ofensas? ¿Quién es sistemáticamente importunad*? No hay respuestas a estas preguntas entre las firmantes de dicha tribuna, excepto en un marco heteronormativo y altamente codificado que deja poco espacio para la invención y para la inversión – aunque sus autoras se quejen de ser intimidadas para que hablen “como debería ser”. El puritanismo no reside entonces allí donde se nos quiere hacer creer…

Que el texto esté además escrito por mujeres procede también de otra estrategia bien conocida: poner en oponer en oposición a l*s feministas contra otras mujeres que no estarían dispuestas a ser vistas como víctimas.

Encontramos aquí un gesto común que consiste en descalificar el reclamo de igualdad, sugiriendo que aquell*s que la reivindican van “demasiado lejos” o son “extremistas”. Ahora bien, este modo clásico de deslegitimación de los grupos minoritarios (utilizado en particular para descalificar los modos de acción de grupos racializados) sirve principalmente para desviar la mirada de las lógicas de desigualdad que estructuran la sociedad. En vez de reconocer que ciertos grupos están sujetos a un trato desigual, esta estrategia culpabiliza a las personas que lo sufren. Señala a quienes subrayan que el estado actual es el producto de una historia y que abren así la posibilidad de poner en tela de juicio las bases que cimentan el actual orden político y social.

Sin embargo, las mujeres que publicaron sus testimonios en las redes sociales tomaron una decisión política: eligieron precisamente salir del estado de víctima silenciosa y aislada que les había sido asignado hasta entonces, para participar en un alzamiento colectivo e internacional. En cualquier crítica de un orden establecido hay un deliberado acto revolucionario. El carácter espontáneo de los testimonios publicados en internet revela también que se trata de un movimiento de defensa personal.

Es comprensible entonces que esta unión de mujeres parezca tan peligrosa que haya que destruirla, denigrándola como apolítica (se trata de histéricas o de lloronas) o como excesivamente política (están llevando a cabo una guerra contra los hombres). Esta ignorancia radical del proyecto feminista estalla muy precisamente aquí. Las firmantes de la tribuna de Le Monde escriben: “Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad”. Pero como nos lo recuerda en el año 2000 la feminista negra bell hooks en « Feminism is for Everybody » (el Feminismo es para tod*s): “El feminismo es un movimiento que busca acabar con el sexismo, la explotación sexista y la opresión […]. Esta definición […] enuncia muy claramente que el movimiento no es anti-masculino. Está claro que el problema es el sexismo”.

La manera como se aprecia el cuerpo de las mujeres, su movilidad en el espacio público y su control institucional han sido por siglos la piedra angular de los movimientos conservadores. Incluso lo que en estos días se hace llamar binarismo “original” y “biológico” de los sexos masculino y femenino se afirma allí, en esa tribuna, de nuevo, para reconducir hacia un orden de género que no afectaría lo adquirido por el patriarcado. Nuestra respuesta es una apertura a todas las voces que no se podrían resumir en una sola y a los puntos de vista que no se pueden reducir ni normalizar. Nos urge responder ante esta retórica reaccionaria que nos resulta aún más peligrosa y nefasta debido a que se jacta precisamente de estar defendiendo la libertad.

 

¡ Abramos camino a nuestras voces !

 

Autoras :

Hourya Bentouhami, filósofa ;

Isabelle Cambourakis, editora ;

Aurélie Fillod-Chabaud, socióloga ;

Amandine Gay, directora de cine ;

Mélanie Gourarier, antropóloga ;

Sarah Mazouz, socióloga ;

Émilie Notéris, autora y teórica queer.